

“Cuando la violencia on line es violencia de género”
Dra. Marina Paula Benitez Demtschenko – Presidenta
La perspectiva de género –o el entendimiento de todo ámbito de nuestras vidas en equidad y sin distinciones por género-, es transversal: todo lo atraviesa, lo tiñe y lo debe adecuar para evitar que las mujeres se encuentren en desventaja con los hombres, siendo aquellas las históricamente puestas en un lugar de desfavorecimiento y de opresión respecto de los últimos. Esta pequeña intro viene a dar el marco de una realidad que cualquiera puede visualizar como usuarix de las redes sociales y de Internet en general: la mujer como símbolo, como género, como persona, como rol y como “libre”, es especialmente el foco de tensión y de agresión. Por eso es que ya nadie pone en duda que la violencia en la red tiene un componente indiscutido de violencia de género, en cuanto refleja sin más, las proporciones y los direccionamientos lesivos de la sociedad tal y como la sociedad lo ejerce en la realidad, hacia y contra nosotras.-
Que en las redes sociales una mujer sea objeto (y no “sujeto”: la diferencia es intencional) de burlas, humillación, calificativos múltiples, morbo y explotación de todo tipo (por supuesto que hablo también de la de índole sexual), no es casual. No me canso de referir al simple ejercicio de tipear en cualquier buscador, la palabra “mujer” y la palabra “hombre”; así como la de “niña” y “niño”, para tener una primer referencia inequívoca de cómo estamos ubicadas las mujeres y niñas en un mundo que demanda que sigamos siendo objetos funcionales al goce masculino. Porque los resultados en un buscador de Internet resultan fieles a lo que la sociedad entera busca y espera, en este mundo en que la internet semántica hoy ya está instalada entre nosotres.
Cuando hablo de la violencia de género en las Redes, me detengo siempre con especial interés. Y voy a resaltar primero, que no toda agresión hacia una mujer es “de género”, por si alguien todavía no ha entendido el concepto. Lo será “de género” cuando se pone en juego su carácter de mujer o se utiliza éste para que el impacto sea más gravoso. No en vano hemos visto proliferar adjetivos sumamente descalificantes a mujeres de perfil público y no lo hemos percibido al mismo nivel con hombres. Una cosa es la opinión negativa y otra es el embate impiadoso que sin más, siempre trae –como si fuera automático-, el cuestionamiento de la vida personal de la mujer atacada, de su sexualidad, de su pasado y de presuntas motivaciones subyacentes en cualquier acto de su cotidianidad, para un abatimiento integral. La idea siempre parece ser “atacarla por todos los wines”, y esto es el espejo del mecanismo machista contra nosotras: somos reprochables hasta en nuestros aspectos más propios y privados. La “pornovenganza” (que nada tiene de “venganza” porque sería suponer que la mujer ha hecho algo dañoso para merecer la reacción, y la mayoría de las veces es solo haber terminado el vínculo amoroso con quien después difunde sus imágenes intimas), no escapa a esta lectura. Ha sido uno de los hechos destructivos más destacados entre los que se pusieron sobre el tapete en el año 2016, con un acrecentamiento de casi el 300% hacia 2017, y no en vano el 90% de los casos, resultan víctimas de género femenino. Por qué? Nuevamente, el cuestionamiento de la mujer es llevado a cabo con saña y mucho más cuando se trata de su libertad (en este caso sexual), y parece legitimado por todxs, incluso por otras mujeres, que siguen presas de la concepción machista de que la mujer en sí misma no puede darse el lujo ni de disfrutarse siendo sexualmente activa y libre, ni de terminar un vínculo amoroso con quien no deseara tenerlo.-
Asimismo, no resultan llamativos las estadísticas que podemos obtener de manera informal con una mera encuesta como la hemos realizado en el mes de Noviembre de 2016 entre nuestros contactos en las redes sociales Twitter y Facebook. La consigna consistió en preguntar abiertamente si quien estaba leyendo la encuesta, había sido víctima de alguna ofensa grave en Internet. Casi un 54% respondió que fue víctima de violencia online particularmente de injurias y humillaciones, y de ese 54%, el 92% fueron mujeres. Un mínimo porcentaje respondió que lo había sido de difusión no consentida de su material íntimo (y no es llamativo: respecto de esta problemática había mucho resquemor para asumirlo, frente a la humillación y la vergüenza con que en 2016 se abordaba el tema). Casi el 30% respondió que había sido víctima de acoso digital (persecución virtual, acecho, llamadas incesantes anónimas, mensajes lascivos de índole sexual en sus redes sociales). También en mayor porcentaje eran mujeres. La dificultad de dar números asertivos radica en que la mayor parte de les encuestades, reconocieron padecer o haber padecido más de una de esas conductas digitales de corte altamente dañoso, por lo que se superpone la selección de las opciones y no es unívoca la solución.
Nos podemos liberar de ser el foco de ataque eterno, de tode usuarie que despotrica con saña contra nosotras? La respuesta es desalentadora: “No, hasta que la perpectiva de género se inmiscuya en cada usuarie y pueda éste ver que no es peor una mujer que un hombre frente a una conducta cualquiera, y que tampoco es merecedora una mujer de una serie interminable de insultos, burlas y eternas referencias a sus condiciones, cuando nada tienen que ver con el objeto que motiva la reacción de otros usuaries”. Podemos verlo asimismo en cada comentario en cualquier noticia, o publicación en portales digitales al azar. Incluso en este mismo posteo, las críticas despiadadas no tendrán basamento en el artículo – en su mayoría-, sino en el hecho de ser activistas a favor de los derechos de las mujeres. Podemos observar este mismo comportamiento machista ante otras publicaciones anteriores, a las que remito para ilustración de quien se encuentra leyendo este artículo.
Vemos que ponernos en el ojo de la tormenta de alguna forma abastece esa demanda machista de corrernos del lugar de iguales y de pares; que la violencia de género online es una práctica que no tiene piedad, y que se encuentra además vanagloriada y facilitada por dos factores que repudio: la viralización, y el anonimato, este ultimo como una maravillosa manera de dañar sin hacerse cargo, sin dar la cara, desde el ocultamiento en el velo de la oscuridad de la red.
Pero no es menor la violencia online en su veta de violencia de género, que en la vida física: sus estragos a nivel psicoemocional, en las relaciones sociales y laborales, y de pareja, y en la constitución de la identidad (digital, y también física), tienen las mismas dimensiones. Porque básicamente, las mujeres sufrimos un desprestigio y menoscabo idéntico que en el diario de nuestras vidas, con el agravante de la permanencia en el tiempo de los registro de esta violencia, y la imposibilidad fáctica ni de prevenirla, ni de restringirla o frenarla.
Así es como nos encontramos en un delicado tema que ya tiene su propio lugar en el debate sobre la violencia online, y que definitivamente se instala para visibilizar, otra vez, que no hay tolerancia posible para los actos –que a mas de extremadamente lesivos-, responden a razones de odio, de discriminación y de perpetración de la desigualdad entre los géneros.
Las redes sociales e Internet en general son un fiel espejo de la estructura cultural imperante, y a su vez, de la lucha que intenta desbarrancarla. No casualmente los medios online que son hoy facilitadores de este tipo de violencia, son los mismos que permiten la instalación de las luchas sociales en su contra, con mayor difusión. Tal fue el caso de las últimas convocatorias a marchas de repudio y de exigencia de políticas públicas para hacerle frente a la violencia de género en todo aspecto, incluso con temas como el debate sobre la despenalización del aborto.
Será entonces cuestión de no minimizar más el efecto que las nuevas tecnologías de la comunicación y la información generan en la sociedad entera. Ni para bien ni para mal. Y no minimizarlo implica por sobre todo, empezar a sopesar la forma en que ejercemos nuestro derecho a la libre expresión. La Libertad de expresión, cuando se transforma en violencia, deja de serlo y pasa a constituirse en el “abuso de un derecho”, lo que también está contemplado por la ley como límite para que todes podamos tener una vida libre de violencias (incluso en el ámbito digital).
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